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Frankenstein
Dominio Público

Frankenstein

por Mary Wollstonecraft Shelley

1818
159 págs
Español
5h 18min

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Sinopsis

Recuerdo con singular viveza la primera vez que sostuve entre mis manos una edición de Frankenstein; era una traducción de los años 90, de esas que poblaban las librerías de viejo y segunda mano del madrileño Barrio de las Letras. Lo que esperaba encontrar era un relato gótico, una historia de terror al uso. Lo que descubrí, en cambio, fue una profunda y desgarradora meditación sobre la responsabilidad, la soledad y los límites de la ambición humana. Lejos del Frankenstein simplificado por el cine universal, la novela de Mary Shelley se alza como una de las obras fundacionales de la ciencia ficción y un espejo moral cuya imagen nos interpela dos siglos después.

El parto de un mito: noche en la villa Diodati y el contexto Romántico

Nos situamos en el verano de 1816, el «año sin verano» tras la erupción del Monte Tambora. En la Villa Diodati, a orillas del lago Ginebra, se congrega una constelación de talentos: Lord Byron, Percy Bysshe Shelley, John Polidori y la joven Mary Wollstonecraft Godwin, de apenas dieciocho años. El desafío lanzado por Byron —escribir cada uno un relato de terror— sería el catalizador de una de las obras más perdurables de la literatura. Frankenstein no nace del vacío, sino del caldo de cultivo del Romanticismo, con su exaltación del individuo, el Sturm und Drang (tempestad e ímpetu) y la fascinación por lo sublime y lo abyecto.

Es crucial entender el bagaje intelectual de Mary Shelley. Hija de la pionera feminista Mary Wollstonecraft y del filósofo William Godwin, creció en un ambiente donde se debatían las ideas más radicales sobre la educación, la justicia y el progreso. La novela es, en esencia, una respuesta literaria a las promesas y los peligros de la Ilustración. La criatura, educada leyendo Plutarco y El Paraíso Perdido de Milton, es el ejemplo perfecto del «buen salvaje» rousseauniano corrompido por el rechazo de la sociedad. En España, durante el Trienio Liberal (1820-1823), las primeras traducciones de Frankenstein llegaron de forma casi clandestina, siendo leídas como una alegoría de los monstruos políticos que podía engendrar una revolución descontrolada.

Anatomía de la tragedia: Víctor, el creador, y su obra abandonada

El núcleo trágico de Frankenstein no reside en la fealdad del monstruo, sino en la abdicación moral de su creador. Victor Frankenstein es el prototipo del héroe romántico: poseído por una fiebre de conocimiento que traspasa los límites de lo natural. Su pecado no es la ambición, sino la cobardía. Al huir de su creación en el momento mismo de insuflarle vida, comete el primer y más imperdonable de sus errores. Shelley construye una narración en estructura de cajas chinas —las cartas de Walton enmarcan la confesión de Victor, que a su vez encierra el desgarrador relato de la Criatura—, lo que nos obliga a cuestionar constantemente la fiabilidad de los narradores. ¿Es Victor un Prometeo moderno o un simple irresponsable? ¿Es la Criatura un demonio vengativo o una víctima de una injusticia primordial?

La Criatura es, sin duda, uno de los personajes más complejos de la literatura universal. Lejos de ser el ser torpe y mudo de las adaptaciones cinematográficas, es articulado, sensible y ávido de afecto. Su monólogo en los Alpes suizos, donde se compara con el Satán de Milton —»¿Acaso no fui yo quien rogó por su amor y su bondad, y no me fue concedido?»— es de una profundidad filosófica escalofriante. Su transformación de ser inocente a verdugo es una consecuencia directa del ostracismo y la crueldad humana. En este punto, la recepción hispánica fue especialmente lúcida. Críticos como Emilia Pardo Bazán vislumbraron en la obra una potente crítica social: la monstruosidad no es una esencia, sino una construcción. La sociedad crea sus propios monstruos al negarles la compasión y la integración.

La sombra alargada de Frankenstein: influencia y legado en la cultura

La influencia de Frankenstein es un fenómeno sin parangón. Desde el momento de su publicación, la obra transcendió las páginas del libro para convertirse en un mito moderno. Su legado no solo permea la literatura de terror y ciencia ficción —desde H.G. Wells hasta Philip K. Dick—, sino que se ha erigido en la metáfora por excelencia de los dilemas bioéticos. Cada debate sobre la inteligencia artificial, la ingeniería genética o la clonación lleva implícita la sombra de Victor Frankenstein y su criatura abandonada.

En el mundo hispanohablante, la figura del Frankenstein ha sido reinterpretada en múltiples ocasiones. Desde las adaptaciones teatrales del siglo XIX hasta el cine de terror mexicano de los años 60, o las más recientes relecturas de autores como Alberto Vázquez-Figueroa. La traducción canónica en España durante décadas fue la de Francisco Torres Oliver para la editorial Alianza, aunque en los últimos años han cobrado fuerza nuevas versiones, como la excelente traducción de Carmen Martín Gaite para la edición de Cátedra, que captura con maestría el tono romántico y la prosa elegante de Shelley.

Valoración final: una obra eterna y una advertencia necesaria

  • Estilo Literario: La prosa de Mary Shelley es densa, atmosférica y cargada de patetismo. Combina descripciones sublimes de la naturaleza con una introspección psicológica de una modernidad pasmosa. No es una lectura ligera, pero su riqueza léxica y su poderío imaginativo recompensan con creces el esfuerzo.
  • Narrativa/Estructura: La estructura encadenada de la novela es uno de sus mayores aciertos. Nos ofrece múltiples perspectivas, generando una ambigüedad moral que enriquece la lectura y nos impide tomar partido de forma simplista.
  • Relevancia Cultural: Frankenstein es mucho más que una gran novela; es un arquetipo cultural. Su pregunta central —¿cuál es la responsabilidad del creador para con su creación?— es hoy más urgente que nunca en nuestros tiempos de avance tecnológico desbocado.
  • Valoración Final: Frankenstein es una obra maestra indispensable. Es una tragedia griega vestida con la capa de la novela gótica, una exploración sobre la paternidad, la otredad y los límites de la ciencia. Su lectura no solo es un placer literario, sino una obligación ética.

«¡Desdichado! Conservas tu razón, pero ¿acaso puedes saciar tu sed de venganza?». Esta frase, pronunciada por Victor, encapsula la esencia de una obra que nos recuerda que el monstruo más temible no es el que yace en el castillo, sino el que anida en el corazón humano cuando renuncia a su compasión. Frankenstein no es la historia de un monstruo, sino la de un fracaso humano, y en ese fracaso, Shelley nos legó una de las obras más lúcidas y necesarias de todos los tiempos.

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